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Resumen

Estamos en una nueva etapa, una etapa del sistema tierra que muchos han llamado antropoceno, en la medida en que los procesos socioeconómicos se van imponiendo a los procesos biofísicos y hay una transformación del planeta, sujeta a factores y a dinámicas económicas y sociales. En definitiva, esta nueva etapa responde al sistema capitalista en el que de alguna manera se han ido imponiendo modos de producción y de consumo intensivo en materia y energía, que han configurado un modelo altamente depredador.

El denominado cambio global es un fenómeno complejo que presenta una dimensión ambiental y otra social claramente interrelacionadas. En tanto que la dimensión ambiental se relaciona con alteraciones acumulativas en los sistemas naturales que afectan al conjunto de la Tierra, la dimensión social se vincula al reciente proceso expansivo del sistema socioeconómico de crecimiento poblacional y globalización económica y tecnológica.

La complejidad de este fenómeno es evidente al aglutinar diferentes fenómenos y procesos de alcance global, entre los cuales destaca claramente el cambio climático y el calentamiento terrestre, constatado por el progresivo aumento de la temperatura, la degradación de la capa de ozono, así como la desertificación provocada por procesos de erosión agudizados por la variación del clima y por la sobreexplotación del suelo (agricultura, artificialización del suelo, extracción de recursos etc.), a lo que se suma la pérdida de biodiversidad en todas sus dimensiones genéticas, de especies, hábitats y culturales. A esto habría que añadir el fenómeno de la globalización económica que, además de la propia presión del aumento de la población mundial, promueve el desarrollo de estilos de vida con facilidades adicionales en el transporte, las comunicaciones y el consumo con un enorme impacto ambiental y social.

De esta manera, el conjunto de procesos humanos con acciones individuales y colectivas que dan lugar a la modificación de los sistemas biofísicos y que afectan a la sostenibilidad del desarrollo a nivel local, regional y mundial, configuran las dimensiones humanas del cambio ambiental global, tal y como se puso de manifiesto en la introducción de esta actividad.

Ante esta situación, es inevitable, que las discusiones, en los diferentes debates que se están planteando en nuestro país, se centren alrededor de la crisis económica mundial en la que estamos inmersos y en esta ocasión no ha sido diferente.

Todas las intervenciones coinciden en señalar la importancia del momento que estamos atravesando, partiendo del hecho de que estamos hablando de una crisis provocada por nosotros mismos, por nuestro modelo de crecimiento y de desarrollo que es evidente que se ha convertido en insostenible. Por tanto, todos somos culpables y en todos está la solución. Es necesario un cambio profundo, global y mundial que será difícil de conseguir pero totalmente imprescindible.

Necesitamos adelantarnos y visualizar dónde queremos estar en un futuro y qué tipo de sociedad queremos tener y para eso ahora debemos poner las bases. Ante la evidencia de que el cambio es necesario hay que emprender acciones para adaptarnos a sus efectos con suficiente antelación minimizando los riesgos y aprovechando las nuevas oportunidades.

A pesar de todo, la idea de que lo importante es buscar las nuevas oportunidades de este fenómeno de cambio global, ha surgido con fuerza del panel de expertos que formaban parte de la mesa. La clave está en el cambio hacia una economía sostenible, una economía baja en carbono, que requiere a su vez transformaciones estructurales de la producción y del consumo.

Todos los esfuerzos para una mejor gestión ambiental son válidos. Los cuatro sistemas de gestión ambiental, sistema de regulación directa, indirecta, el de regulación en la información bajo los principios de transparencia y por último los acuerdos voluntarios, son necesarios, complementarios y no sustitutivos. Está claro que hay que buscar un equilibrio entre todos ellos.

En la discusión del binomio regulación versus compromisos voluntarios las opiniones coinciden en la necesidad de la primera aunque con algún matiz por parte de las empresas para las que un entorno de sobre-regulación no permite competitividad y capacidad de desarrollo. Aunque la regulación es sin duda imprescindible para poner los cimientos y los límites mínimos a cumplir, la voluntariedad también merece tener un reconocimiento y hoy en día se ha convertido a nivel empresarial en un elemento de valor y de competitividad.

En esta línea parece que las administraciones, representadas en este debate por sus tres vertientes central, autonómica y local, tienen que tomar la iniciativa y hacer una apuesta decidida por el cambio, regulando, planteando políticas y estrategias globales con criterios claros que ayuden a reconducir la situación en la que nos encontramos.

Ejemplos en los que actuar, tanto desde las políticas administrativas como desde las empresariales, van desde la movilidad local y empresarial, el transporte urbano y de mercancías o la rehabilitación hasta una transformación en el modelo energético basado en el ahorro y la eficiencia y un cambio tecnológico mediante el fomento de la I+D.

La oportunidad que se nos presenta es la de ser coherentes y pensar qué tipo de desarrollo queremos y plantearnos cuál estamos financiando.

Por último, otra de las ideas destacadas fue la importancia de la concienciación y la necesaria implicación social. La sociedad debe actuar, asumiendo y exigiendo responsabilidades y demostrándolo en sus actuaciones, en sus compras por ejemplo. Cuando haya una demanda concienciada por parte de la sociedad, las empresas y las administraciones tendrán que reaccionar y mejorar en sus políticas y procesos productivos. Puede que tengamos suficiente conocimiento pero todavía nos hace falta más conciencia para asumir nuestro propio cambio individual.

No es momento de hacer análisis, es hora de actuar. Las soluciones definitivas se marcan en el nuevo paradigma del desarrollo sostenible, es el momento para una acción decidida y responsable, y esto dependerá de nuestra capacidad para beneficiarnos racionalmente de los ecosistemas y para mantener el capital natural sobre el que se sustentan las actividades económicas y sociales.



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